Mi hermana se Casa

Bianca es una de las personas más risueñas que conozco. Ella es la hermana pequeña y siempre ha sido la más alegre, soñadora y alocada de los tres. Nuestros padres nos inculcaron la pasión por la pintura desde que éramos pequeños, pero Bianca fue la que persiguió sus sueños hasta hacerlos realidad. Dejó atrás la escandalosa vida que llevaba en una oficina de Madrid, para irse a dibujar los infinitos y serenos paisajes de la Toscana, desde el balcón de la casa de la Señora Donatella, lugar que nos vio crecer.

Gonzalo era el chico más guapo que jugaba en la plaza aquel verano. Si no recuerdo mal, teníamos 6 años y Bianca no ha dejado de mirarle tan bonito desde entonces. Él es un joven aventurero, apuesto y brillante, que daría la vuelta al mundo por acompañar a mi hermana en cada sueño. El último de ellos empieza con un “sí”.

«¡Me caso!» son las únicas dos palabras que recuerdo de las últimas Navidades en casa de mis padres. Estaba pletórica, feliz y emocionadísima. Y a lo mejor, solo durante una milésima de segundo, un poquito celosa. Ser la hermana de la novia es el papel más especial que me ha tocado en mi vida. Cuando éramos pequeñas organizábamos la boda de nuestras muñecas. Elegir sus vestidos y el momento del beso tras el “sí quiero” siempre fue nuestra parte favorita. Todavía no me creo que ese juego se haya hecho realidad. Recuerdo claramente cuando Bianca me contó, con la boca pequeña y mucha vergüenza, que le gustaba Gonzalo. Ese brillo en los ojos, esa sonrisilla tonta, pruebas irrefutables de que el amor verdadero ha llegado para quedarse. “